De
la oscuridad que parece emerger tan fácilmente de los noticieros,
hay una realidad que no es conveniente mostrar: el trabajo de
hormiga.
Quien las ha observado se da cuenta
que esos insectos no paran, y que su trabajo, aunque pequeño
o desapercibido para nosotrxs,
a ellas las convierte en un océano de movimiento en constante
cooperación, que sostiene la vida de su comunidad.
Hay
un trabajo de hormiga sucediendo en el mundo de los humanos tambien:
cada día, alrededor del planeta, hay una labor que no es mencionada
en las grandes plataformas; desde la humildad de sus barrios, de sus
escuelas, de sus lugares de trabajo, desde bodegones, desde las calles, en
sus propias casas, miles de personas abren caminos alternativos:
invirtiendo su tiempo y su energía para educar de una manera
diferente a nuevas generaciones, poniendo el hombro para crear
oportunidades para aquellos que el sistema dejó atras; buscando
recursos que reconstruyan comunidad.
Mientras
caminamos embelesadxs por las luces fluorescentes del capitalismo,
que promocionan la separación, la codicia y la competencia como si
fueran nuestra única realidad, su fulgor trata de no dejarnos ver
que a nuestros pies, pisando la misma ruta, hay un movimiento humilde
y dinámico de individuos trabajando por la vida, a pesar del fulgor.
Y es un trabajo sin pretensiones, sin poses.
Se trabaja porque no
queda de otra; porque se lucha o no se vive; porque las dudas mejor
te las tragas un poco con el café; porque no hay tiempo; porque es
ahora o ya no es.
O simplemente porque ignorar la mano vulnerable, no es más una opción.
O simplemente porque ignorar la mano vulnerable, no es más una opción.
Pero
en ese esfuerzo, aparentemente invisible, hay ya una victoria: el
darse cuenta que la esperanza somos nosotros.
A
lo largo de mi vida he tenido el placer de observar, de sentirme
inspirada y finalmente
rendirme a ese trabajo fuera de las
plataformas. La “gente-hormiga” se encarna en trabajadores
comunitarios, madres, vecinos, artistas, sindicalistas, estudiantes,
campesinas, activistas y más. Su mensaje de solidaridad, su confianza,
pasa por conversaciones públicas, talleres, intercambio de
experiencias, proyectos comunales, arte de conciencia, caravanas por
la paz, organización de barrios, radios piratas, boletines, murales,
y más, mucho más.
Sesión de reconexión en un proyecto comunal |
Y
ahí se aprende que el 'paso a paso' cuenta, que no hay esfuerzo que
sea “insuficiente”. Que TODO es suficiente.
Porque
en el paso a paso es donde vamos conociendo nuestra fuerza, y el
entendimiento de lo que de verdad estábamos necesitando.
Cuando
los grandes amos llenan los noticieros de ego y decepción, en los
rincones humildes del hormiguero se trabaja a contraviento. Allí,
cada individuo se convierte en tejedora, tejedor, de una red que
termina sosteniendo nuestra esperanza.
De
nudo en nudo, nos va salvando de la tragedia.
Porque
en el corazón del hormiguero late el corazón de la gente.
Y
lo veo hoy, como el poema que exhalamos cuando creemos que ya no nos
queda aliento.
Como
la canción de victoria que buscábamos, pero que se canta sin
micrófonos; vive recitándose en las esquinas, y así viaja por el
mundo como un susurro que despierta e inspira.
Imparable.
Invencible. Inevitable.
Es un arte de hormiga,
un tapete de amor,
tejiéndose humildemente
en el ojo
del huracán.