Tuesday 1 August 2017

CONCIERTOS: ¿Nuestro Ritual Moderno?


Es innegable la energía vibrante que nos invade cuando asistimos a un concierto; y aún reconociendo la generosa ola se sensaciones que una filarmónica puede ofrecer, me refiero aquí a los conciertos de rock y de música alternativa.

Este verano (por cuestiones prácticas) me perdí el concierto de uno de mis músicos favoritos. Mientras trataba de intelectualizar, diciéndome a mi misma que ya lo ha visto dos veces y no hace mucho, en mi pecho bailaba inquieta una bicha insistiendo: “Tenemos que ir!”  El sentimiento era de necesidad; como si se me hubiese agotado la última cena, la última gota de gasolina, el último empujón, y llegar hasta esa reunión musical fuese lo único (¿o lo mejor?) para saciar una extraña y compleja sed que sentí venía desde el centro de mi pecho.
Y aún con todo lo que confío en el camino intuitivo, seguía “pensando”, racional-mente: ¿por qué esta vehemencia de querer ir a un concierto al que no podía, si parte de mi filosofía es no aferrarme demasiado a las cosas?

Días despues, mientras conversaba con un buen amigo, pude verlo claramente, con mente y corazón (o más bien como si la mente finalmente hubiese escuchado lo que el corazón estaba gritándole desde hacia días!) Lo que necesitaba no era mi músico favorito.. sino encontrarme con mi “tribu”..

Ahora, para cualquier hippie que se respete, no necesito explicar nada más. A un/a hippie solo le hablas de tribu y su respuesta inmediata es “¡De una! La tribu es todo.” Pero para aquella parte de nuestra mente contaminada con la verborrea del sistema convencional, explico: para muchos de nosotrxs, los que de una u otra forma nos negamos a perpetuar en nuestra vida personal la mentalidad decadente del sistema capitalista, especista y patriarcal, ya sea que lo hayamos logrado de manera muy humilde (volviéndonos veganxs, activistas, etc) o a mayor escala (viviendo completamente de manera sustentable y compasiva), el acto de reunirnos en un espacio específico, con gente de la misma mentalidad, con similares compromisos, o solo intenciones de vida, es más que un “momento agradable”. Cuando estamos juntos es como si una familia que se quiere muchísimo y no se ha visto durante siglos.. se reuniera.
Y a la vez, es más que una celebración. Para mi, es, verdaderamente un rito, una ceremonia.

Ceremonia: “Acción o acto exterior arreglado, por ley, estatuto o costumbre, para dar culto a las cosas divinas, o reverencia y honor a las profanas.” (Real Academia)

Reverenciar. Honrar.
Buenas palabras.

Cuando nos toca vivir en una ciudad, llena de esquinas afiladas, trotecillos de apuro desconectado, máquinas que te permiten o no te permiten y anuncios publicitarios que parecen sacados de una obra de teatro del absurdo... puedes perderte completamente a ti misma en la fantasía, si de vez en cuando, como decía Spinetta, no te “tocas el alma”.
De manera que “reverenciar” a la tribu, a lxs que todavía, al igual que una, se las manejan para seguir tomando impulso y empujando el sueño hacia un mundo liberado (aunque sea por episodios.. aunque sea a pedacitos).. Honrar, de alguna manera, a esa famila de no-sangre y no-territorio... es vital; es honrarnos a nosotrxs mismxs por seguir conscientes de cuán parte de un entero somos.

 En estos conciertos cantamos, bebemos, comemos, bailamos, fumamos, conversamos, nos conocemos, nos pintamos, nos abrazamos, nos reconocemos.. compartiendo un mismo tiempo y espacio. Entonces la maga o el mago se paran al frente para dirigir el ritual; el micrófono y los instrumentos son una varita mágica, una pluma sagrada para declarar el propósito, para hechar bendiciones, para conjurar los hechizos de esperanza, o rabia, o amor; para decretar el mundo de balance y libertad que deseamos tanto.
La música no es un elemento sonoro. La música es el conjuro en sí mismo, permeando nuestras gargantas, cerebros y cuerpos; dándonos trance; revigorizándonos; sacudiendo lo estático.
Las letras son rezos.
La canción favorita es un himno, un mantra para reconectarnos.
Los aplausos son el “ajhó”, el “amen”, el “jah rastafari”, el “shalom”, el “namaste”.
Hay éxtasis, hay celebración.
Y en ese éxtasis hay memoria. Una que danza de alegría al estar despierta otra vez. Porque en ese momento revivimos el entendimiento de que somos uno. Completa-mente uno. Como células de un tejido que logran mirarse, reconocerse y cantar la canción de la vida. Como una serie de neuronas brillando y disfrutando con intensidad al poder juntar sus extremos, porque formaron, nuevamente, una red. Una muy antigua.

¡Somos uno! ¡Celebremos el milagro!
Hay flores, lágrimas, recuerdos, risas, cansancio, lluvia.

Al final, la ceremonia debe ser cerrada. Los micrófonos se apagan. Y antes de partir, la maga o el mago lanzan sus últimas bendiciones para ayudarnos a volver al mundo sin-ceremonia. Y muchas veces puedes sentir las partes de la red aún envolviéndote. A lxs magxs les cuesta bajar del altar; la tribu no quiere dejar el templo.
Qué ganas de quedarnos. Qué ganas de seguir siendo uno...

...................
 Nahko Bear es un ejemplo de cómo un artista usa el escenario
como un espacio sagrado. Foto: Chelsea Erin Wright   

¿Es realmente moderno este ritual? ¿O sólo lo disfrazamos de moderno para quitarnos de encima a los buitres?

Mientras la fantasía urbana siga intentando succionar nuestra memoria, necesitaremos que el arte (y lxs artistas!) sigan abriéndonos espacios para volver a respirar nuestra humanidad, ahí, donde los patriarcas solo quieren zombies...
Necesitamos nuestros conciertos, como necesitamos recordar lo que somos. Lo que real-mente somos. Lo que real-mente nos importa. Y lo que vale la pena honrar.


Y allí...
             ...allí nos veremos, mi querida tribu <3